UNA MIRADA IMMENSAMENT ÍNDIA

Nunca una pregunta, como aquella de mi padre, me había perseguido durante tan de tiempo. «Qué se te ha perdido en India?»

Tenía 29 años. Guitarrista de jazz. Mirón espiritual. Con estudios de agrónomo colgados. Habiendo trabajado diez años en el ONG Intermon de Barcelona, sorprendería en todo el mundo y a mí mismo con el chiste de tomarme un año sabático.

Ensarté hacia India con una mochila inmensa, cargada de miedos, fantasías, prejuicios, y proveído de dos listas. Una, con contactos de trabajadores sociales, ONG-s, cooperantes, y misioneros. La otra, llena de direcciones de centros de yoga, maestros, gurús y otros psicópatas de la espiritualidad oriental. La mochila aconteció zurrón. Y una vez agotadas las listas, empezaba un viaje nuevo, el de afrontar con honestidad un vacío íntimamente doloroso, saltando al abismo espaordidor de dejarse guiar por el instinto.

Este es el relato de mi viaje particular en India, del que volví mudo, incapaz de transmitir ninguno de las vivencias del año, por miedo que fueran cómo de porcelana y se rompieran al contacto con el mundo de las palabras, o porque las consideraba demasiado mías, demasiado íntimas… y por la necesidad de una digestión tranquila, que ha durado veinte años. El experimento sabático no disolvió, ni mucho menos, los dilemas existenciales. Y es que en realidad pertenezco en la franja humana de los que nunca completaremos el cubo rubik. La vida, y el cubo también, siguen siendo un misterio.

Cuando no quedaban opciones de realización al bazar de la espiritualidad oriental, en medio del nada indio, una mirada de chica campesina me cautivó. Los ojos de la Ranjana me observaban con una mirada sonriente, tierno, amorosa, de una pureza que no tolera ser consumida… Y hasta el día de hoy, me sigue dominando esta mirada inmensamente india que desvela poco a poco y celosamente sus enigmas.